hay dos heridas que sangran,
solo encogerte en la almohada,
cerrar los ojos y esperar a la llamada.
Cada luna es un instante,
cada momento que usaste, se esfumó.
Él siempre quiso ser la luz del camino,
pero cada mañana dejó de serlo,
para terminar en un baúl con sus recuerdos.
Las nubes cada vez más espesas,
impidieron ver el regalo más ansiado,
y era el momento en que ya rezas,
por escuchar un susurro de su voz.
Y era el viento que te encoge,
te encoge el alma en un silencio de lamento,
gritas al vacío y gritas en silencio al viento.
No hay sonido que te envíe una señal,
tan solo tratas de poder procurar
un rastro de aquel hermoso recuerdo.
En una cama vacía de sábanas rojas,
hay una herida manchada de lágrimas,
de sonrisas forzadas para llamar.
Llamar a quien quiera oir. Y si al final,
tocas en otra puerta, veremos qué pasará.
Él siempre quiso mirar más allá de la verdad,
tuvo que soñar, en un instante más
y ver aquello que, solíamos rezar:
"nada nos podrá dejar en un triste azar"
Luchadores de elogios fríos,
sabedor de sufrimientos ajenos... Ahora, míos.
Es un dolor. Uno tan sólo. Qué triste es.
Un agujero en el estómago que ruge,
ruge como si de hambre quisiera comer,
pero nada más entrar. Duele. Vuelve a doler.
En una cama vacía sin sábanas limpias,
nos giramos en la oscuridad,
volamos a nuestro sueño,
y quise realizar, un salto mortal.
Un salto mortal a la eternidad,
donde yo pueda ver, que al final,
estamos donde debemos estar,
tú en un rincón y yo al fondo queriendo
tener tu mano tendida y poderte tocar.
En una cama. No hay nadie ya.
Nos levantamos, nos miramos.
Nos despedimos y nos besamos.
La historia [no] debío aquí terminar.
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