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domingo, 19 de diciembre de 2010

Manifiesto

Como las verdades que son templos iluminados con la gracia de quien oye y ve. Como el sentimiento del que habiendo oído que ya no se es como se quiere, sino como uno manda a otro.
Como el rubor que desciende por la cabeza y desciende hasta el pie, creciendo el ardor por cada molécula de tu cuerpo. Por cada vez que hablo y mandan a callar.
Por cada vez que escribo y dicen que deje de decir lo que digo, a ellos les debo este dulce y amargo momento.

Dulce porque escribo sin cesar. La cabeza engrasa la maquinaria de la ironía, del sarcasmo y del don de decir lo que digo, sin decir lo que digo, manteniendo lo dicho dejando expectante al que le digo algo que no he dicho, pero que sí he dicho.
Amargo por encontrar en mis palabras, que no son versos, un poco de humildad, que pretende en ciertos momentos hacer curas a aquellos que predican de saber y que estan pidiendo a veces piedad, cuando ya ven que su verdad es la pantomima, la mentira de quien habla sin saber. De quien miente, creyéndose ser la verdad. Luchar por impasible a la verdad que enoja al mentiroso compulsivo. Compulsivo porque siempre miente, y siempre lo hará. Sin embargo, no se dará cuenta de que él es el esclavo del destino, que lucha por sacar su ira contra los que él ve su rival. No entiendes que ya tu momento se acaba, que las generaciones que vienen son la rima del futuro. Que quien no se ahoga, es porque no quiere. Quien lo hace es porque mientras más camina, más le cuesta encontrar la senda de la cordura. Y yo no seré quien se la muestre, porque su burbuja ya se estalla, mientras la mía crece y engloba a los quienes dejan de ser ombligo del mundo de los demás.

No lo muestro no porque no sepa, sino por que no me incumbe la necesidad de guiar en la cordura, a quienes envueltos en la ignorancia del anonimato surgen críticas subyugadas en la formalidad, y en la solemnidad de la esritura, o bien sea el caso de la solemnidad del habla. A ellos les concierne discutir el verdadero ser de su momento. El mío acaba de empezar. El suyo, su declive empieza a hacer su recital.
Cuánto más pienso en las desventuras de los inútiles, más consagrado me siento, sabiendo que mi sobrevenida locura no es locura de locos. Es locura de hombres que ven en sus ojos lo que los ciegos se tapan con vendas los suyos. No vendo la verdad como la salvación, ni mucho menos predico que soy quien salvará la desigualdad de la envidia vanal que cierne en la discordancia entre humor, desavenencia y acritud sincera.

Primero, tomemos como rumbo el destituido orgullo de los colaboradores que creen que son el respeto de la ingeniudad del novato. Creen que son ellos los legitimados para acabar con la carroña que usurpa su trono. Error. No existe tal carroña novata. Si alguien usurpa su lugar privilegiado no son los novatos - que ya de por sí decir novato es desmesurado e insultante, pero a la RAE hay que decir amén- sino ellos mismos. Hombres asustados con lo innovador. Ellos, seres que creen ser la vóragine dedicada a despempeñar la labor de agricultor, arrancando las malas hierbas de la tierra. Más ignorancia aún, cuando las malas hierbas son ellos mismos.

Segundo, tener en la conciencia que ser hombre de potencia reconocida, si la hubiese, o bien ser hombre cobarde escudado en un sustantivo que protege a todo aquel que no quiere ser conocido (y no por miedo, sino por la gallardía del desplante de quienes debieron ser encargados del salvaguardar la integridad, y que en cambio son ahora los que la maltratan) se nublan por errores del azar premeditado y en ellos mismos son quienes ahondan ya en la propia vida de las personas, intentando minarla desde la ética y la moral. Y licencia se permite un servidor al calificar su intención desde ética y moral, cuando su intención va contra natura, es decir, contra toda ética y toda moral concebida por el hombre (Kant, Nietzsche y muchos otros estarían revolviéndose en sus tumbas ahora mismo). Se creen los que tienen la potestad de inmiscuirse en un lugar que les queda tan bien lejos, que cuando intentan llegar ahí se topan con un gran vacío. Y ese vacío donde tropiezan y van con sus muelas a romper el suelo. Irónico decir vacío conteniendo un suelo, pero más irónico y desternillante es ver cómo ellos se desprestigian a sí mismos.

Así pues, y para evitar que sus mentes corroídas por la verdad maldita de la mentira sucumban una vez más una denominada envidia que les causará hipocresía - si no lo ha hecho ya- finalizo mi gran discurso, o manifiesto de la mismo forma que empecé. Y dedicado a aquellos que como dice un gran hombre de arma de palabras: "solo calcan actitudes de alguien que quieren ser mientras mi mente representa poder como Uri Geller" Siendo mi palabra capaz de ver el castigo, en la traición de un amigo. Dedicado a todos aquellos cuyos templos iluminados se derrumban. A todos aquellos, me permito mi propia gallardía y con mala impronta digo: ¡Jódanse, porque este es mi momento!

Att.

Sergio Santana





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