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martes, 28 de septiembre de 2010

La Fuerza del Mar

Intrépidos los barcos desafiando los surcos del agua. Intrépidos quienes cruzan a nado el Estrecho. Intrépidos todos aquellos que ven al mar como una simple masa de agua, cuando antaño, en tiempos que predominaban la oratoria y el vasallaje, no había elemento más temido por el hombre que el Mar. Dice la RAE (Real Academia Española de la Lengua) que el mar es la masa de agua salada que cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra. Y cierto es, pero me permito discrepar.

El hombre, animal sabedor de la supervivencia, conocedor del fuego y la palabra. El hombre, ese ser que fue capaz de dominarse a sí mismo, de dominar a los demás seres que poblaban el mundo. Incluso, ese ser de carne blanquecina ó negra, ese ser de cuerpo erguido se multiplicó y dominó el Mundo a su antojo y como le venía en gana. Bueno, todo no.
El único escollo que encuentra el hombre en sus años de historia es el agua, el mar, el Oceáno. Da igual cómo lo llamemos, da igual en qué idioma lo digamos; porque siempre el mar ha sido el gran rival del hombre.

Neptuno fue el que representaba la fuerza del mar, ese hombre que manejaba las aguas, producía olas y que de vez en cuando tragaba todo cuando se le pusiera por delante. Aquí esta el hombre, sumido a la fuerza indomable, pues aún no hemos sido capaces de domarlo.
Podemos captar energía del agua, podemos surcar los mares, incluso podemos moldear la superficie del mismo, pero no podemos vivir en ella.

Somos incapaces de parar esa rabia marina que convierte al hombre en un ser inferior, lo arrastra hasta la condición de animal. Sí, diremos que podemosponer trabas, pero ¿y qué?. El agua, el mar como hemos dicho es infinito, es eterno, su fuerza es inagotable y su condición de elemento potente y casi demoledor es fruto de la fuerza interna de la Tierra. Por ello el hombre, no es más que un pequeño juguete en esta Tierra, y nuestro error aquí se halla.

Nos hemos creído dueños y señores del Planeta Tierra, sin embargo nosotros somos vasallos de ella, porque sin la Tierra no somos más que polvo, somos dúctiles al mundo, no el mundo a nosotros. Por ello, el hombre, como ser indiscutible de la Evolución creería ser todopoderoso, pero ese poderío es una minucia, es ridícula.
Hombres de siglo XXI, dueños de lo terrenal, pero temerosos del gran charco azul, del que nos da la vida y nos la puede quitar. Temorosos somos y no queremos reconocerlo.


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